Dominic Marcus Singer y la herida del poder: la humanidad secreta detrás de ‘La Guerra de los Reinos’
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Un rey que duda, un mundo que arde y una serie que llega para reclamar su lugar entre las grandes épicas televisivas del año.

Al observar las primeras imágenes de La Guerra de los Reinos, uno podría pensar que todo gira en torno a espadas, reinos y batallas ancestrales. Pero basta escuchar hablar a Dominic Marcus Singer para entender que la serie se sostiene sobre otra fuerza: la vulnerabilidad. “Gunter no es un rey”, me dice apenas comienza nuestra conversación. “Está intentando parecerlo”. La frase cae con el peso de una revelación. Porque en esta superproducción alemana, que Universal+ estrena el 14 de diciembre, el poder no es un trono, sino una herida.

Singer, quien conversó en exclusiva con Sensacine Colombia, interpreta al joven monarca de Borgoña, un hombre empujado a la corona tras la muerte de su padre, sin tiempo para comprender qué significa gobernar. Lo hace desde una premisa actoral que rompe con la figura épica tradicional. “En la escuela de interpretación había una regla de oro: nunca interpretas al rey. Son los demás quienes juegan al rey por ti”. Ese principio, dice, fue su punto de partida para construir a un personaje que vive en tensión entre el deber y el miedo. “Pero Gunter… él sí está intentando ser rey. Intenta llenar un espacio que no le pertenece. Ese intento es, en sí mismo, trágico”.

Esa tragedia se despliega en un universo regido por fuerzas humanas y sobrenaturales: Hagen, el soldado forjado en obediencia absoluta; Sigfrido, el cazador de dragones cuya invulnerabilidad es más maldición que don; Krimilda, una princesa destinada al matrimonio pero decidida a quebrar su destino; Brunilda, una valquiria atrapada entre su orgullo y la traición. Todos ellos chocan en un tablero político que reescribe el cantar medieval desde una sensibilidad contemporánea. Y lo hacen bajo la dirección de Cyrill Boss y Philipp Stennert, responsables de que la serie conjugue espectacularidad y densidad emocional sin perder equilibrio.

Pero el aporte más revelador surge cuando Singer explica la brújula moral de Gunter. “No habla desde la autoridad. Habla desde el intento permanente por agradar, por encajar, por no desmoronarse”, señala. Para él, su personaje es la imagen medieval de una obsesión demasiado moderna: “Lo comparo con lo que hacen muchas personas en redes sociales: construir una identidad para sobrevivir. Fingir seguridad cuando por dentro están al borde del colapso”. En ese paralelo se condensa el corazón de la serie: la guerra exterior importa, pero la interior es devastadora.

La interpretación del actor también se alimentó de una intuición creativa que surgió mientras leía los guiones. “Cuando terminé de leerlos, me dije: tuve suerte. Los directores encontraron una forma de narrar esta saga que es moderna y humana. Honra la dureza del original, pero permite que respiremos dentro de ella”. Confiar en esa visión, reconoce, fue decisivo. “En estas producciones es fácil perderse en los grandes planos, pero ellos estaban atentos a nuestras emociones. A lo que le pasaba a cada personaje bajo el metal de la armadura”.

Esa atención al detalle permitió que el elenco europeo, reunido desde distintos países y tradiciones actorales, construyera una cohesión inesperada. “La conexión no aparece de inmediato”, admite Singer. “Se crea improvisando, ensayando, escuchando. Entendiendo cómo caminar juntos en un mundo que no es real, pero que exige verdad”. Lo dice con una serenidad que contrasta con el ruido y la brutalidad de las batallas en pantalla. Quizás por eso su respuesta final, cuando le pregunto qué le dejó esta experiencia, resulta tan luminosa como desconcertante: “Esta espada”.

Se refiere al arma que usó en su combate contra la Reina Valquiria en la cima de la Isla Gálata. La conserva en su casa. No como un trofeo, sino como memoria tangible de una lucha —física y emocional— que marcó su trabajo. “Esa escena fue real. Estuve luchando varios minutos. Cuando la sostengo ahora, siento que todavía hay algo del personaje conmigo”.

La Guerra de los Reinos es, a primera vista, una epopeya: magia, sangre, criaturas míticas, traiciones. Pero en su fondo late otra cosa: la certeza de que el poder no salva a nadie de sí mismo. Que incluso un rey puede temblar. Que el heroísmo también es una impostura.

Y que una historia de fantasía puede revelar verdades más incómodas y profundas que cualquier crónica contemporánea.

Si las épicas sirven para entender quiénes somos cuando la realidad nos exige demasiado, esta miniserie se vuelve imprescindible. No solo por la escala visual, sino por la precisión con que retrata, a través de Gunter, la fragilidad que todos intentamos ocultar.

Tal vez ahí esté su mayor poder: recordarnos que las guerras más decisivas no siempre se libran en el campo de batalla.

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