El día que Joseph Quinn aplaudió el trabajo de Gaten Matarazzo en ‘Stranger Things’
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Un gesto entre actores que revela más de lo que parece en la trastienda emocional de Hawkins.

Hay momentos en un rodaje que no necesitan cámaras para convertirse en relato. A veces basta un gesto —un aplauso, una mirada cómplice, un reconocimiento que nace desde el oficio— para decirlo todo. Así fue el día en que Joseph Quinn, el actor detrás del inolvidable Eddie Munson, decidió detenerse a aplaudir el trabajo de Gaten Matarazzo en Stranger Things. No fue un aplauso teatral ni preparado: fue el agradecimiento íntimo de un colega que entendió la hondura emocional del otro en una escena que partió en dos a los fans de la serie.

La historia ya pertenece al imaginario colectivo: Eddie sacrificándose para que Hawkins sobreviviera un día más, los murciélagos demonio devorándolo sin contemplaciones, y Dustin —el amigo que lo adoptó sin prejuicios— sosteniéndolo mientras la vida se le escapaba entre los dedos. Para Quinn, aquella secuencia fue agotadora y extrañamente absurda: “Estuve dando vueltas alrededor de la nada durante tres horas, y luego la nada me mutilaba”, recuerda con humor. Pero lo que realmente lo marcó fue ver a Matarazzo sostener el final de Eddie con una honestidad que desarmaba el set. De ahí el aplauso: una ovación mínima, pero cargada de verdad.

La química entre Eddie y Dustin nació rápido y creció con una naturalidad sorprendente para tratarse de un personaje que solo estaría una temporada. Quinn lo explicó así: se vio atraído por la autenticidad del personaje de Matarazzo. “Dustin es muy él mismo, y eso siempre me ha gustado. La gente que pretende ser impecable nos cansa. Él no pretende nada”. Quizá por eso la relación —en la ficción y fuera de ella— se volvió tan entrañable: era la historia de un metalero incomprendido encontrando, por fin, un lugar donde cabía.

Esa misma autenticidad fue la que permitió que la despedida entre ambos funcionara como un herida abierta. Matarazzo, que creció en el set desde niño, cargó el último tramo de Eddie con una entrega emocional que sorprendió al equipo. Quinn lo vio, lo reconoció y lo celebró. El aplauso no fue un gesto paternalista, sino un acto entre pares. Un reconocimiento directo a la potencia interpretativa de un actor que lleva años sosteniendo, con humor y sensibilidad, el corazón de la serie.

La relación entre Eddie y Chrissy, las teorías sobre un romance que nunca pudo existir y el sacrificio final que nadie en Hawkins reconoció también fueron parte de la despedida amarga que hinchó el arco del personaje. Quinn lo sabe: “Se siente un poco injusto que haya pagado el precio final y nadie lo sepa”. Pero en esa injusticia también vive el mito del héroe incómodo, del que se va sin gloria pública pero deja una marca emocional en quienes sí lo vieron.

Hoy Eddie Munson ya no está en la serie, pero el eco de su historia continúa, en parte porque la amistad entre Quinn y Matarazzo traspasó el set. Y en parte porque hay gestos que sobreviven a cualquier guion. Como ese aplauso tímido, casi secreto, que un actor le dio a otro antes de que las cámaras volvieran a rodar. Un aplauso que, al final, quizá dijo lo que toda la audiencia sentía: que Dustin y Eddie fueron, por un instante, el corazón más puro de Stranger Things.

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