Cinco escenarios históricos se convirtieron en la columna vertebral visual de la nueva adaptación del clásico de Mary Shelley.
Guillermo del Toro siempre ha tenido el pulso de un artesano obsesionado con la belleza y la oscuridad, como si cada película fuera un experimento alquímico para comprender qué nos hace humanos. En Frankenstein, su adaptación largamente soñada del clásico de Mary Shelley, el director mexicano vuelve a demostrar que la arquitectura también puede contar historias. No solo es un telón de fondo: es un organismo vivo, un espejo emocional que respira con los personajes y que amplifica la tragedia de Víctor y su criatura.
Para conseguirlo, Del Toro y la diseñadora de producción Tamera Deverell emprendieron una búsqueda quirúrgica: necesitaban espacios capaces de sostener el peso simbólico del relato. El resultado fue un recorrido por algunas de las edificaciones más imponentes de Escocia e Inglaterra, lugares cuya historia, textura y solemnidad parecen cincelados para esta tragedia gótica. Estas son cinco de las locaciones que dieron vida —y sombra— a la película.