La muerte más trágica de todo 'Stranger Things' y que ya habíamos olvidado
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Un personaje secundario logró convertirse en uno de los corazones emocionales de la serie antes de desaparecer de la forma más injusta.

Con el regreso de Stranger Things a la conversación global, la memoria colectiva ha empezado a reorganizar sus afectos. Entre teorías, comparaciones y lecturas nostálgicas de las temporadas pasadas, reaparecen momentos que, en su día, pasaron demasiado rápido. Uno de ellos es la muerte de Alexei, el científico ruso de la tercera temporada, quizá el personaje cuya brevedad en pantalla contrasta más con la magnitud del vacío que dejó. No fue un héroe, tampoco un villano; fue algo más complejo: un hombre atrapado entre una maquinaria que no controlaba y un mundo que apenas comenzaba a descubrir.

Alexei llega a la trama como parte del equipo soviético encargado de reabrir el portal al Upside Down mediante un reactor experimental escondido bajo el centro comercial Starcourt. Es un trabajador de laboratorio, disciplinado pero no particularmente convencido, obligado a sostener un proyecto con implicaciones que superan por mucho su poder de decisión. Cuando Hopper y Joyce lo secuestran para intentar descifrar qué ocurre en Hawkins, el personaje podría haberse reducido a una caricatura del enemigo. En cambio, la serie transforma esa figura rígida en alguien tímido, curioso y sorprendentemente luminoso.

Ese giro emocional se consolida gracias a su relación con Murray Bauman. Entre discusiones, traducciones a medias y silencios incómodos, los dos construyen una complicidad que desarma cualquier estereotipo. Alexei empieza a experimentar pequeñas libertades: elegir su bebida favorita, sonreír en la carretera, reír sin miedo. La narrativa lo sitúa como un hombre que lleva demasiado tiempo cumpliendo órdenes, y que apenas ahora intuye que existe otra forma de vivir. Todo esto ocurre en paralelo a la misión de detener la máquina rusa, lo que amplifica la paradoja: el personaje que puede salvar a todos es el mismo que sueña, quizá por primera vez, con tener una vida propia.

Por eso su muerte golpea tan fuerte. En la feria del 4 de julio, cuando Alexei finalmente parece dejarse llevar por una alegría simple —un juego, un premio, un vaso de cherry Slurpee—, Grigori, el antagonista ruso, aparece para cerrarle el camino. El disparo no solo corta su arco narrativo: destruye una posibilidad. El gesto final de Alexei, aferrado a un vaso que no llega a disfrutar, es una de las imágenes más tristes de toda la serie. La duración de la escena es breve, pero su efecto emocional es prolongado. El espectador entiende que no se pierde solo a un personaje: se pierde un atisbo de humanidad dentro de una trama dominada por conspiraciones y fuerzas sobrenaturales.

Con el tiempo, y ante la irrupción de muertes más ruidosas o más recientes —Barb, Bob, Eddie—, la de Alexei quedó relegada en la conversación, a pesar de que pocas han sido tan devastadoras. La serie lo utiliza para recordar que, incluso en una narrativa gobernada por monstruos y portales, la tragedia más dolorosa suele provenir de lo cotidiano: un hombre común que nunca pidió ser parte de una guerra ajena. Su desaparición es la más silenciosa y, quizá por eso mismo, la más humana.

Hoy, mientras la temporada final pone a los fans a revisar el pasado con lupa, el recuerdo de Alexei vuelve a abrirse paso. No porque fuese el personaje más importante, sino porque fue el que menos mereció el final que tuvo. En una serie que ha hecho de la empatía uno de sus motores, la suya es, sin duda, la muerte más injusta y trágica de todas. Y duele precisamente por eso: porque, en muy poco tiempo, aprendimos a quererlo más de lo que imaginábamos.

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