Su historia demuestra que algunos récords se escriben con talento… y otros con tarjetas rojas.
Al fútbol colombiano le sobran personajes inolvidables, pero pocos han dejado una marca tan peculiar como Gerardo Bedoya. No fue el goleador más prolífico ni el mediocampista más técnico, pero sí terminó convirtiéndose en una leyenda mundial por un récord que, más que una medalla, parece una novela: es el futbolista con más expulsiones en la historia, con 46 tarjetas rojas que hoy llevan su nombre directamente al Guinness World Records. Una cifra que nadie ha logrado igualar y que probablemente nadie quiera igualar.
Durante sus 20 años de carrera profesional —entre 1995 y 2015— Bedoya se consolidó como un jugador recio, territorial, de esos que se parten la vida en la cancha sin medir demasiado las consecuencias. Su estilo, más emocional que táctico, lo convirtió en uno de los mediocampistas defensivos más temidos del continente. Esa fiereza lo llevó a ganar títulos, vestir la camiseta de la Selección Colombia y jugar en equipos históricos como Deportivo Cali, Santa Fe, Boca Juniors, Racing, Atlético Nacional y Millonarios. Pero junto a esos logros llegó también el otro lado de la moneda: las expulsiones, que comenzaron como un rasgo de carácter y terminaron como su sello personal.
El récord, confirmado oficialmente en noviembre de 2025, no tomó por sorpresa a los aficionados: desde hace años, Bedoya aparecía en listas y reportajes como “el jugador más duro del mundo”. Pero verlo inscrito en el libro de Guinness —con la frialdad de un número exacto, 46— obligó a volver sobre una pregunta que siempre lo persiguió: ¿qué se siente cargar con un récord que nadie celebra?
El propio Bedoya lo ha dicho: convivir con ese título no ha sido fácil. En entrevistas recientes reconoció que muchas de sus expulsiones nacieron de un carácter impulsivo, pero también afirmó que la relación con algunos árbitros nunca fue sencilla. Para él, la historia no fue solo roja: fue a veces injusta, a veces merecida, siempre intensa. No obstante, lejos de esconderlo, el exfutbolista decidió asumirlo con humor. Incluso llegó a escribir en redes: “Colombia, tu hijo tiene el título mundial… pero en tarjetas rojas”. Una ironía que solo puede permitirse alguien que ya hizo las paces con su propio mito.
Y es que Bedoya no perdió temperamento ni cuando colgó los guayos. En su debut como asistente técnico de Independiente Santa Fe fue expulsado a los 21 minutos por reclamar decisiones arbitrales, demostrando que la frontera entre jugador y entrenador no termina borrando la esencia. Su nombre parece estar condenado —o destinado— a una vida entre líneas de cal, discusiones calientes y pasiones desbordadas.
Pese a todo, reducir la carrera de Gerardo Bedoya a una estadística sería injusto. Más allá del récord, fue un futbolista trabajador, disciplinado, con una lectura feroz del juego defensivo y un liderazgo que muchos técnicos valoraron. Su historia es la de un hombre que jugó con el corazón en llamas y pagó el precio. Una historia humana, contradictoria y profundamente nuestra.
Y ahí está el punto: Bedoya logró lo que pocos consiguen en un deporte saturado de nombres. Se volvió inolvidable. Y, aunque su récord sea tan rojo como un semáforo en noche de lluvia, nadie se lo ha podido quitar.