Una serie íntima y honesta que revisita el pasado para entender qué queda en pie después de una ruptura.
En el extenso catálogo de dramas coreanos que inundan la plataforma de streaming, Aquel año nuestro ocupa un lugar particular: no necesita giros estrafalarios ni grandes tragedias para contar una historia de amor que duele, respira y madura. Estrenada en Netflix, la serie se convirtió en un éxito silencioso gracias a su tono íntimo y a la química impecable entre Choi Woo-shik y Kim Da-mi, actores que ya habían demostrado su potencia en The Witch y que aquí encuentran un ritmo más calmado, más adulto, más real.
La premisa es sencilla: dos exnovios que no se hablan desde hace años deben reencontrarse cuando el documental que grabaron en el colegio —tiempo en el que se odiaban tanto como se querían— vuelve a hacerse viral. El proyecto audiovisual necesita una secuela y ellos, pese a su incomodidad, aceptan volver a ponerse frente a la cámara. A partir de ahí, la serie abre un espacio para revisar heridas antiguas, silencios acumulados y decisiones que definieron su futuro.
Lo valioso de Aquel año nuestro es su manera de abordar la ruptura. No dramatiza de más. No busca culpables evidentes. Explora cómo las expectativas, la inmadurez y los miedos pueden separar a dos personas que, objetivamente, se siguen queriendo. Choi Woong, ilustrador que esconde su vulnerabilidad tras una aparente despreocupación, y Kook Yeon-su, estratega brillante que ha vivido marcada por la falta, representan dos formas opuestas de amar. Cuando se reencuentran, el choque emocional es inevitable, pero también lo es la honestidad.
La serie avanza entre flashbacks y tiempos presentes, equilibrando humor, nostalgia y momentos de silencios incómodos. Esta estructura permite entender que el amor no se construye solo en los momentos felices, sino también en las decisiones que se toman cuando nadie está mirando. La fotografía cálida, el diseño sonoro preciso y la banda sonora —que incluye el tema “Christmas Tree” interpretado por V de BTS— ayudan a crear una atmósfera melancólica sin caer en la cursilería.
El reparto secundario aporta capas adicionales: los inseguros, los que observan desde afuera, los que aman sin ser correspondidos, los que se pierden mientras intentan encontrar a alguien más. Todos ellos refuerzan la idea central del drama: la vida adulta es un aprendizaje constante, y a veces revisitar el pasado es la única manera de seguir adelante.
Aquel año nuestro funciona porque captura una verdad simple, pero universal: hay relaciones que terminan antes de tiempo. Y reencontrarse, aunque duela, puede permitir entender qué quedó sin resolver. En esa segunda mirada —sin prisas, sin adornos— es donde la serie encuentra su mayor fuerza.