La serie de Netflix de la que todo el mundo hablaba y que ha sabido envejecer bien tras varios años después de su estreno
Casi nadie conoce mi primer nombre, pero todos saben que tengo un homónimo español que escribe thriller. Me obsesionan las películas sobre el fin del mundo y tengo una particular debilidad por el cine de M. Night Shyamalan.

Un retrato adolescente tan incómodo como actual: una historia que sigue revelando, años después, lo que callamos detrás de una sonrisa.

Hay series que marcan una época y otras que la desnudan. 13 Reasons Why, el fenómeno juvenil que Netflix lanzó en 2017, hizo ambas cosas. En su momento fue imposible escapar de ella: las cintas de Hannah Baker circulaban por los pasillos del colegio y los foros digitales, los profesores discutían su impacto, los padres se alarmaban. Y, aun así, casi una década después, la serie sigue provocando el mismo magnetismo. Quizá porque, más allá de la polémica, sigue siendo una historia humana, imperfecta y necesaria.

Basada en la novela de Jay Asher, la primera temporada introduce a Hannah Baker, una joven que decide quitarse la vida y deja trece grabaciones en las que explica los motivos. Su compañero Clay Jensen recibe las cintas y, con ellas, el peso de una verdad que nadie quiere escuchar. Lo que empieza como un misterio se convierte en un thriller psicológico donde cada personaje se ve obligado a enfrentar su propio reflejo.

Volver a verla en 2025 —o descubrirla por primera vez— es comprobar que su fuerza no radica solo en el drama, sino en su tratamiento de la fragilidad. 13 Reasons Why nos recuerda que rara vez conocemos a alguien del todo, que solemos mirar solo el fragmento que nos conviene. La serie juega con esa ilusión de cercanía que, en tiempos de redes sociales, se siente más actual que nunca.

Más allá de su atmósfera de intriga, hay algo profundamente humano en la forma como aborda la culpa, la vergüenza y el deseo de pertenecer. Cada episodio revela capas nuevas de una comunidad que finge estar bien mientras se desmorona por dentro. Esa tensión entre el silencio y la confesión —entre lo que se dice y lo que se calla— es lo que la mantiene vigente.

Claro, no fue una serie fácil. Su crudeza generó debates sobre el riesgo de “romantizar” el suicidio adolescente. Netflix incluso retiró la escena original del suicidio tras las críticas. Pero ese gesto, más que cancelar su mensaje, lo amplificó: la urgencia de hablar sin eufemismos sobre la salud mental, la empatía y la responsabilidad colectiva.

Hoy, cuando el ruido digital parece haber reemplazado la conversación real, 13 Reasons Why funciona casi como un espejo. Nos recuerda que detrás de cada perfil, de cada voz que se apaga, hay una historia que no alcanzamos a comprender del todo. Y esa, quizá, es la razón por la que sigue doliendo… y sigue importando.

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