Netflix: 3 guiños a películas clásicas que no habíamos descubierto en 'Stranger Things'
Santiago Díaz Benavides
Desde 'Forrest Gump' hasta 'Interestelar', pasando por 'Guerra Mundial Z' y 'Naruto', puedo pasar horas hablando sobre mis producciones favoritas. Si me preguntas qué es lo que más me gusta del cine te diré que es mucho mejor que la vida.

Más que nostalgia ochentera, los hermanos Duffer construyen una carta de amor al cine con escenas que reescriben los clásicos desde la emoción, el miedo y la memoria.

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Desde su estreno, Stranger Things ha sido el gran experimento de los hermanos Duffer para convertir la nostalgia en lenguaje cinematográfico. Cada temporada parece una sala de cine en miniatura: Los Goonies, Alien, Poltergeist o Cazafantasmas aparecen como ilusiones familiares en las calles de Hawkins. Pero entre los cientos de guiños al cine de los 80, hay tres que van más allá del homenaje.

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Captura de pantalla

En la primera temporada, los chicos escapan en bicicleta de los agentes del laboratorio. Eleven levanta una camioneta en el aire con la mente para permitirles seguir su ruta. La escena replica, casi como espejo, el momento en que Elliott y E.T. sobrevuelan la policía en la película de Spielberg. Pero el guiño no se queda en la forma: ambos relatos hablan del poder de la amistad para romper el miedo. Donde E.T. celebraba la inocencia del encuentro, Stranger Things introduce la pérdida y la exclusión: el mismo impulso infantil, pero con el peso de una herida.

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Captura de pantalla

En la segunda temporada, Bob Newby (Sean Astin) se enfrenta a los Demodogs en un pasillo oscuro. Cree haber escapado, pero una sombra lo alcanza antes de llegar a la salida. El momento es un claro eco de la estructura de Jaws: el depredador invisible, la calma rota por un ataque súbito y el héroe devorado justo cuando el espectador respira aliviado. Stranger Things 2 multiplica los guiños al cine de los ochenta, pero este es especial: aquí el propio actor —Sean Astin, el inolvidable Mikey de Los Goonies— muere al estilo Spielberg, cerrando un ciclo de homenajes en carne propia.

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La cuarta temporada llevó el homenaje al extremo. Vecna, el villano que invade las mentes de sus víctimas, encarna la misma lógica del Freddy Krueger de Wes Craven: el miedo como pesadilla que se vuelve real. Los Duffer no solo imitan el estilo visual —luces rojas, planos cerrados, respiración suspendida— sino que convocan al propio Robert Englund, el actor original de Freddy, para interpretar a Victor Creel. La escena en la que Creel revive los crímenes en su casa es casi una pesadilla filmada: el eco de una generación que aprendió a temer con los ojos abiertos.

Stranger Things no homenajea el pasado por nostalgia, sino porque en cada guiño late una pregunta sobre el presente: ¿por qué seguimos necesitando aquellas películas? Quizás porque en un mundo saturado de pantallas, los recuerdos compartidos aún son la forma más poderosa de contar una historia. Y en Hawkins, los ochenta no son pasado: son la memoria viva de todo lo que alguna vez nos hizo mirar al cielo, al mar o a la oscuridad con la misma mezcla de miedo y asombro.

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